Desde la infancia Victoria y Silvina sintieron atracción por las letras. Victoria empezó, alrededor de los diez años, escribiendo diálogos en francés, a la manera de la Condesa de Ségur; Silvina escribía desde más chica, en inglés, y le gustaba llenar páginas y cuadernos con historias de principitos encerrados, asesinatos y fantasías. Ya desde entonces irían por carriles opuestos, en materia de literatura.
A mediados de la década de 1930, Silvina se fue a vivir con Bioy al campo (a la estancia Rincón Viejo, en Pardo, Partido de Las Flores). Allí, influenciada por Bioy, empezó a escribir cuentos. El resultado fue un volumen encantador, titulado Viaje olvidado, que Silvina le dedicó a su hermana Angélica.
El libro de Silvina apareció en 1937, editado por SUR. Victoria lo comentó en las páginas de la revista, y fue ese texto el primero que se escribió sobre la obra de Silvina Ocampo. Entre otras cosas, Victoria dijo: “Si Silvina Ocampo tuviera necesidad de disculpas, yo vendría a acusarme públicamente de haber puesto en contacto su cabeza con la tinta de mis manos en ese momento [el bautismo; Victoria era la madrina de Silvina]. Pero estimo que no es ése el caso y que en modo alguno se trata de una enfermedad contagiada.”
Victoria no pudo separar su labor como crítica de su condición de hermana, y escribió un texto que molestó a Silvina. Victoria decía que los cuentos de su hermana eran recuerdos de su infancia tergiversados, “mezclados de abundantes invenciones”, porque “los cuentos de Silvina Ocampo son recuerdos enmascarados de sueños; sueños de la especie que soñamos con los ojos abiertos. […] Y todo eso está escrito en un lenguaje hablado, lleno de hallazgos que encantan y de desaciertos que molestan, lleno de imágenes felices -que parecen entonces naturales- y lleno de imágenes no logradas -que parecen atacadas de tortícolis-.” Como era previsible, a Silvina le dolieron las palabras de Victoria; sobre todo aquello de imágenes atacadas de tortícolis, porque para ella era difícil construir las frases en español porque lo encontraba lleno de “imperfecciones”.
Silvina, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges conformaban una especie de grupo cerrado al que sólo tenían acceso personas relacionadas directamente con la literatura. Sin dudas, eso habrá puesto incómoda a Victoria, que lideraba el suyo y era mucho más abierto (a tal punto que en San Isidro se invitaba para los tés dominicales tanto a escritores como a personajes del medio artístico y a algún político amigo con inclinaciones intelectuales). Lo cierto es que el grupo de los Bioy se manifestaba “anti-Victoria”, y esto dio origen a que se tejieran múltiples versiones sobre una relación bastante tensa, por momentos áspera y hasta desastrosa, entre las hermanas.
Hugo Beccacece escribió que “la poca simpatía que Silvina tenía por su hermana Victoria […] se debía no sólo a que ésta fuera “mandona”, como Silvina y Bioy la calificaban, sino al hecho de que en la niñez, le había arrebatado a su niñera, Fani, la persona que Silvina más quería después de sus padres. Cuando Victoria se casó, se llevó con ella a Fani y Silvina jamás se lo perdonó”. Fani había entrado a la casa de los Ocampo en vísperas del viaje a Europa que hicieron en 1908; iba a ser la niñera de Silvina, y lo fue durante cuatro años. Pero cuando Victoria se casó, sus padres decidieron darle a Fani entre los “regalos de bodas” y Silvina, que la adoraba, sintió esa partida como un desgarramiento.
Nunca sabremos si Silvina le perdonó a Victoria haberse llevado a Fani. Lo que sí es indudable es que estuvieron siempre ligadas una a la otra. Victoria fue inseparable compañera de Angélica durante toda su vida, pero tenía una relación especial con Silvina.
Me contó Jovita Iglesias, asistente de Silvina, que Victoria llamaba todos los días a la casa de los Bioy, para hablar con su hermana (Victoria prácticamente no hacía visitas; Silvina no salía de su casa). Y cuando se iba a Mar del Plata seguía con esa costumbre hasta que llegaban los Bioy, que salían más tarde de Buenos Aires y llegaban al balneario a mediados de enero, pues pasaban unas semanas en el Rincón Viejo.
En Mar del Plata, las casas que fueron de Victoria y Silvina están enfrentadas. Según el relato de Jovita, cuando Silvina le decía a Victoria que ese día salían para Mar del Plata, ésta “hacía guardia desde la ventana de su dormitorio, hasta que veía entrar el coche de Adolfito en Villa Silvina. Cuando abríamos la puerta de la casa, empezaba a sonar el teléfono y Silvina ya sabía que era Victoria quien llamaba. Atendía. Victoria le preguntaba cómo habían viajado y le pedía que fuera a verla. Y Silvina le contestaba: “Victoria… Acabo de llegar y ya me estás pidiendo que vaya. Dejame que acomode las cosas y después voy”. Pero se ve que Victoria insistía, porque Silvina terminaba enojándose y le decía “Basta, Victoria. No te pongas pesada. Si seguís así, no voy”. Después terminaba yendo, y me pedía que la acompañara”.
Silvina y Jovita cruzaban por el jardín y llegaban a Villa Victoria para la hora del te. La dueña de casa las esperaba, ansiosa. Y cuando pasaban al comedor, ella se sentaba a la cabecera de la mesa y le pedía a Jovita que se quedara a su lado, así hablaban. Silvina, entonces, se quedaba con Angélica y las otras personas que estuvieran allí.
Victoria conversaba animadamente con Jovita. Le preguntaba cosas de España, le pedía que le hablara en gallego, y solía consultarla respecto a cómo se decían en su país determinadas cosas. Jovita contestaba, y Victoria, después de escuchar su respuesta, le decía a Silvina: “¿Ves, Silvinita? Acá todo el mundo habla mal. Jovita dice que en España tal cosa se dice así” y se lo hacía repetir.
Eso ocurría, invariablemente, todas las tardes del verano. Por la mañana, tanto los Bioy como Victoria iban a la playa; alquilaban carpas contiguas, en la zona de Barranca de los Lobos. Pero Victoria iba a la mañana temprano, después de desayunar, y los Bioy llegaban cuando Victoria estaba preparándose para volver a su casa. (Según el recuerdo de Monseñor Eugenio Guasta, “Victoria iba temprano al mar, antes de las diez, y llevaba en un bolso abrigo por si refrescaba. Cuando estaba a punto de salir de la casa, en el portón de madera, cortaba una hoja chica de la hortensia que está ahí y se cubría con ella la nariz, para evitar que la quemara el sol. Victoria tenía el último toldo del balneario, y los Bioy estaban ahí también; pero ellos llegaban cuando Victoria estaba preparándose para volver a su casa, y Silvina le preguntaba, con sorna, si ya se iba, entonces Victoria no contestaba y seguía con lo que estaba haciendo.”)
De vuelta en la casa, como Villa Silvina y Villa Victoria estaban comunicadas por una puertita en el jardín, Silvina cruzaba por ahí y entraba a lo de Victoria por atrás, por la cocina. "A veces se estaba preparado en el office lo que se iba a llevar al comedor para el almuerzo. Si, por ejemplo, estaba la frutera y a Silvina le gustaba una manzana, un durazno o lo que fuese, lo agarraba, le daba un mordisco y lo volvía a poner en su lugar, de forma tal que no se viera el faltante. Después podía coincidir que esa fruta la tomara Victoria para comerla y cuando veía que estaba mordida la tiraba lejos. Entonces Victoria se daba cuenta que había sido Silvina la que había hecho eso y mandaba que cerraran con candado la puertita que unía los dos jardines. Y cuando llegaba la hora del té, Angélica la llamaba a Silvina por teléfono y le decía: “¿Qué pasa, Silvina? ¿Por qué no venís a tomar el té?” y ella contestaba “No puedo. La puertita está cerrada”. Con este tipo de cosas parecía que Silvina y Victoria tuvieran cinco y seis años, más o menos”. También debo el conocimiento de esta anécdota a Monseñor Guasta, que fue testigo de esto en varias ocasiones.
En Buenos Aires, la relación de las hermanas era exactamente igual, aunque no se visitaban tan seguido. Bioy consideraba a Victoria como una suegra un tanto mandona y ególatra, y decía que ir a lo de Victoria era una especie de obligación, por eso trataba de evitarlo la mayoría de las veces. He visto algunas de las cartas que Bioy le mandaba a Victoria, excusándose; le decía que no podía ir porque no se sentía bien, que estaba muy ocupado con tal o cual cosa que estaba escribiendo, pero que le mandaba sus saludos y agregaba “Martita, que te quiere mucho, te manda un beso grande”, como para “suavizar” las cosas.
Monseñor Eugenio Guasta recuerda que a Silvina le gustaba hacerle bromas a Victoria con el único objetivo de hacerla enojar. Me contó que, una tarde que Angélica, Silvina y él tomaban el té en casa de Angélica, en Buenos Aires, entró Victoria. Se acercó al sofá donde estaban ellos, se sirvió el té y lo bebió parada, porque tenía que ir a otro lugar. Entonces Silvina dijo, para que escuchara Victoria: “A Pepe [Bianco] y a mí nos gustó mucho la última novela de Silvina [Bullrich]. Victoria, por supuesto, no contestó. Terminado el té, salió tan rápido como había entrado, y cuando se oyó que cerraba la puerta, Silvina, entre risas, agregó “Mentira. No me gustó nada. Era para hacerla rabiar a Victoria”.
Pocos días después de la muerte de Victoria, Silvina le dedicó un hermoso poema titulado “El Ramo”, del que me permito citar los siguientes versos:
“Era tarde y la luz de las barrancas
hasta el río bajaba atentamente.
De aquel ramo te di sólo un jazmín.
[…] Te regalé el jazmín pero rodeada
estabas ese día de jazmines:
uno en tu broche, otro dentro de un guante,
montones en tu mesa de trabajo,
miles y miles rodeaban tu casa.
[…] No conocías las vicisitudes
del jazmín de ese ramo malogrado
que a su virtud agregó mi sentimiento.
Yo no te conté nada. Sabías todo.
Reinabas sobre el mundo más adverso
como si no te hubiera lastimado.
Nos une siempre la naturaleza:
el árbol una flor las tardes las barrancas
misterios que no rompen la armonía.
¿Lo habrá sabido aquel esquivo ramo
de color de mar de mármol y de rosa
color de sol de verde y de naranja?
Andará en busca de su integridad
en busca de esa tarde con nosotros,
pobres nosotros, sin nosotros mismos
en los actuales días, bajo el sol
bajo la luna, en la orilla del mar
con músicas que ya no puedo oír
sin dedicarte lágrimas Victoria
cada una con nombres diferentes
como las cuentas de un collar sin fin”
Silvina Ocampo murió casi dos meses antes de que se cumplieran quince años del fallecimiento de Victoria. Según Ernesto Montequin, curador del archivo de Silvina, se encontraron entre sus papeles una gran cantidad de cartas que se escribieron Victoria y Silvina, y muchas que Silvina no le mandó. En algunas, la menor de las hermanas le pide consejos a la otra sobre cosas que ha escrito o que piensa escribir. En otras, escritas después de la muerte de Victoria, Silvina intenta rendirle un homenaje como los que su hermana tributaba a los amigos que iban abandonando este mundo.
Quisiera terminar estas líneas sobre Victoria y Silvina con unas palabras que me dijo Monseñor Guasta: “Se comportaban, naturalmente, como hermana mayor y hermana menor. Pero, en realidad, se admiraban mutuamente”.
Silvina y Victoria Ocampo.